Carmen Amaya
Carmen AMAYA
“¿Me pregunta porque me gusta tanto el baile de Carmen Amaya? ¡Vaya usted a verla! Es un volcán alumbrado por soberbios resplandores de música española” , Charles Chaplin
Fruto del esplendor de una ciudad, Barcelona, en esos momentos capital del Flamenco, surge la figura de Carmen Amaya, emblema internacional del baile Flamenco.
Nació en 1913, su madre Micaela, la parió en casa de sus abuelos, en una noche de tormenta, en un barrio eminentemente gitano: el Somorrostro, en el litoral barcelonés.
“Soy catalana de los pies a la cabeza”
Fue la segunda de once hermanos, de los que sobrevivieron seis: Paco, Carmen, Antonia, Leo, Antonio y María, todos con dotes flamencos, hicieron carrera a su lado. Aprendió a bailar con las olas del mar, Mediterráneo, que tenía en la puerta de su casa.
“Hasta cuando me mandaba mi madre a algún recado, me iba marcando mis bailes”
Creció en un ambiente humilde y lleno de carencias, que siempre recordó con orgullo, buscándole el lado positivo:
“A épocas, me pelaban al cero y me daban petróleo para las liendres. ¡Cómo estaría, bailando con mi cabeza pelada y los ojos agachados como un burro, llenos de legañas, sin poderlos abrir por el humo del tabaco! Aunque lo que más me divertía no era eso, sino coger un trozo de cartón piedra, subirme al turón y tirarme sentada turón abajo.”
Su padre, José Amaya “El Chino”, guitarrista flamenco, fue el primero en ver que su niña tenía algo especial. Con 6 añitos, empieza a frecuentar los locales flamencos de esa Barcelona en ebullición, con la compañía de su padre en busca de dinero para llevar a su casa: “ganarse las habichuelas”, como decía ella.
“Cuando papá y yo llegábamos a casa, nos esperaban con ansia fuese la hora que fuese. Traíamos pan recién hecho, lo refregábamos con tomate y le metíamos jamón.”
En el Café Las Siete Puertas, en plaza Palacio, hoy reconvertido en restaurante, fue el primer local en el que se buscó la vida. Eran los años 20, corrían los francos, las libras, las liras y los marcos, a tutiplén, fruto de la llegada de burgueses europeos huyendo de la primera guerra mundial; a esa niña le brillaban los ojos al recoger las monedas que le tiraban al suelo, después de sus actuaciones.
Su padre fue el encargado de irle enseñando a la niña, todo lo que él sabía en torno al cante y al baile.
“Él cogía la guitarra y yo me ponía a bailar. Me decía: no, eso no, hazlo otra vez, así, eso; está bien, o está mal, o no entras a compás. Todas las cosas las sacaba yo. Sin enseñarme ningún paso de baile, fue él el que me enseño. Lo primero que aprendí fue la zambra. Cantaba y bailaba. Luego empecé a bailar por soleares, la farruca. Y luego fue cuando mi padre me hizo poner los pantalones y bailar por alegrías. Los pantalones no perdonan: se ven todos los defectos del mundo y no tienes dónde agarrarte.”
Su tía, Juana La Faraona, de belleza racial y notable bailaora, fue también su compañera en los inicios en el baile para Carmen. De su familia, de su barrio y de su ciudad, Carmen, lo aprendió todo, en el cante y el baile. Como buena gitana, no asistió a clase de baile alguna, ¡perdón asistió a una!, pero no la acabó:
“Mi padre quería que bailará a orquesta. Fueron los días más amargos de mi vida y los berrinches más grandes. Al final fui a una academia en la calle Nueva (Nou de la rambla). El profesor se llamaba Vicente Reyes. Yo entonces estaba enamorada de una música “Los claveles”, del maestro Serrano. Me la puso, el hombre, y empezó a enseñarme los pasos. A los cinco minutos ya estaba desesperada. Así que le dije: “mire usted maestrito, no le importaría en vez de hacerlo así, lo hiciéramos así”. Me echo. Esa es la única experiencia que he tenido con un maestro.”
Otra de las personas que marco su carrera artística, fue su relación con el guitarrista gitano, Agustín Castellón, de origen navarro, Sabicas, uno de los maestros universales del toque flamenco. En una de sus estancias en Barcelona, descubre a esa niña, una joya en estado puro que no necesitaba, ni pulirse, era espectacular. La conoció en Cal Manquet:
“El ambiente flamenco era muy intenso. Me quedé completamente asombrado por lo que podía hacer, sus manos, sus pies, se nos metió a todos en el bolsillo. La vi bailar y me pareció algo verdaderamente sobrenatural, nunca había visto a nadie bailar como ella.”
Sabicas ayudó a El Chino, para que llevase a Carmen, a Madrid y la viesen bailar. Este es el testimonio de la primera noche de la niña, en el Villa Rosa madrileño, Sabicas la presenta en una reunión flamenca:
“Aquí tenéis a una gitanilla catalana que lo hace muy bien y que sabe bailar lo que vosotros quisierais saber. En la reunión se encuentra un cantaor viejo: El Peluco, que, riéndose a carcajadas comenta: “¡Catalana seguro que es un petardo!”. Carmen, se levanta, se planta ante el cantaor mirándole desafiante y rompe a bailar, su baile está lleno de rabia y enteramente poseído por el genio del duende. Carmen baila para él y sólo para él, lo rodea, lo acosa, lo enloquece… El Peluco, no puede aguantar más, y traspuesto, grita: ¡Y yo la había llamado petardo! ¡Eso es bailar niña! La noticia se propaga por todo Madrid, ya todo el mundo la respetará.”
Años más tarde, marcaron juntos hitos en la historia del Flamenco, especialmente en el periplo americano de Carmen Amaya. Quedan registrados documentos de películas y grabaciones de esos dos monstruos juntos, para la posteridad. Se les atribuye: la creación del baile por tarantos y de amoríos.
Cautiva a todo el mundo que la ve bailar, su carisma y fuerza, no deja indiferente a nadie. Ya desde pequeña recibe el sobrenombre de “La Capitana”, no la pararía nadie, conquistando los escenarios de Barcelona, París, y de toda España.
Los primeros escenarios que frecuenta serán los de su cercanía, pero pronto se sumergirá en la noche barcelonesa, recorriendo, desde el Somorrostro al Paralelo, todo local que necesitase artistas flamencos. Pero el Barrio Chino, fue su otra escuela vital, allí, desde niña se codeó con la flor y nata artística, flamenca, y de otras índoles, que frecuentaba las noches de Barcelona, y allí, en La Taurina, la inmortalizó, el crítico Sebastián Gasch:
“Apenas levanta un metro del suelo. Sentada en una silla sobre el tablao, La Capitana permanecía impasible y estatuaria, altiva y noble, con indecible nobleza racial, hermética, inatenta a todo lo que sucedía a su alrededor. De pronto, un brinco. Y la gitanilla bailaba. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. El tablao vibraba con inaudita brutalidad e increíble precisión.”
Carmen, nos dejó testimonio de estos inicios profesionales:
“Trabajaba en casa El Manquet, había un gran cuadro de baile: Micaela, El Gato, El Farruquero, Tobalo, Lolilla la Cabezona, mi tía la Faraona, El Bulerías y mi padre. El Gato era físicamente extraordinario. No ha habido una mujer con una cintura como ésa. No ha habido hombre como él. El Farruquero era el mejor que ha habido de todos los tiempos.”
“Cuando no estaba la policía, me dejaban bailar en el Villa Rosa, figúrate era una niña. Todo el mundo me daba dinero en cantidad. Llego un momento en que Miguel Borrull, que era el dueño del Café, como vio que me llevaba todo el dinero de las juergas, nos gritaba al vernos llegar: “Vete, vete, Chino, que esta la policía.” Era mentira. Pero nos teníamos que ir después de haber estado esperando, muchas noches con todo el frio del mundo.”
Da el salto a los grandes escenarios, en el Teatro Español barcelonés, con la compañía, del cantaor jerezano José Cepero. Viaja a París, en el espectáculo de la cupletista de moda: Raquel Meller, acompañada de su tía la Faraona y su prima María, con las que había formado el Trio Amaya.
Su fama crece día a día, se incorpora a la compañía del cantaor de moda, Manuel Vallejo, con el que se presenta al público andaluz, que se le rinde entregado. En Sevilla, La Malena y La Macarrona, se entusiasman con el baile de ese prodigio de su misma raza:
"¡Es única!", gritan poseídas, al verla actuar.
“Mi verdadero triunfo fue al llegar a Madrid, en una homenaje a la bailaora gitana: Custodia Romero. Y le dijeron a Custodia: “traemos una gitanilla para que baile. Ella contesto: que bien, ponla donde quieras, no importa.” Y entonces, figúrate que salgo a bailar mi fandanguillo, y todo el mundo de pie. Me hacen repetir por solea, por alegrías. Qué no armaría, que salió la homenajeada a verme, enfadadísima gritaba: “Me habías podido avisar que esa niña bailaba así”, ella tenía que bailar detrás de mí, con la que había formado”
Su éxito en el cante y baile, vendrá acompañado de su paso a la gran pantalla. Ya había hecho algún escarceó, en papeles secundarios, en alguna película. Pero su salto definitivo a la gran pantalla, será con las películas: “La hija de Juan Simón”, donde Luis Buñuel la incluyo en reparto y “María de la O”, película basada en la copla del mismo nombre, compuesta por Valverde, León y Quiroga; dicha película contó con un éxito sin precedentes de taquilla, poniendo a Carmen Amaya en boca de todo el mundo.
La guerra civil la cogió de gira, por Valladolid, decide salir del país rumbo a Portugal, donde espera al resto de su familia, para una vez juntos lanzarse a la aventura de cruzar el Atlántico, desde Lisboa.
Desembarca del buque Monte Pascoal, el 09 de diciembre de 1936, en la capital Argentina. El día 12, tres días después, se presenta en el Teatro Maravillas, de Buenos Aires, donde permaneció en cartel durante más de un año seguido, con llenos sin precedentes, noche tras noche. El éxito, le lleva a conquistar el resto de ciudades argentinas. Lo mismo acabo pasando, con el resto de países latinoamericanos, y la misma reacción del público, arrasa. De ello, se hacen eco, en todos los principales medio de prensa de las ciudades por las que pasa, a la vez que participa en películas y actos oficiales.
¿Es Carmen Amaya, quizás, la primera estrella Latina del mundo del espectáculo?
Sólo le faltaba Estados Unidos. Reclamada por el empresario Samuel Hurok, desembarca en Ellis Island, puerta de entrada a Nueva York, Carmen y su séquito de 25 personas, en 1941. No saben leer ni escribir, ni por supuesto una palabra de inglés, pero se ríen de la luna, como es su costumbre: tienen contratos, y mucho dinero, y más tendrán tras su estancia de un mes en el Cabaret Beach Comber, de Broadway, y esas tres actuaciones en televisión por las que van a pagarles 15.000 dólares.
Se presenta ese mismo año en el Carnegie Hall, acompañada de la guitarra de Sabicas, el bailaor Antonio Triana y toda su familia. Testigos fueron las bailaoras, La Argentinita y su hermana Pilar López, está última lo recordó así:
“Para mi Carmen Amaya fue y será única. Era una manera de bailar ejemplar y totalmente inédita.”
El presidente Roosevelt, tras la actuación histórica en el Carnegie Hall, el 13 de enero de 1942, la invita a bailar en la Casa Blanca. Esta será la primera vez que Carmen y su gente, subían a un avión, el vuelo era de Nueva York a Washington, pueden ustedes imaginar los momentos que se vivieron a bordo de ese avión. Roosevelt, se queda prendado y le regala un bolero con incrustaciones de oro y brillantes, ella lo recortará en 30 trocitos, uno para cada miembro de su compañía.
En sus primeras actuaciones en Nueva York, se podían ver en las primeras filas, la plana mayor del arte, estas fueron sus reacciones:
Charles Chaplin: “¿Me pregunta porque me gusta tanto el baile de Carmen Amaya? ¡Vaya usted a verla! Es un volcán alumbrado por soberbios resplandores de música española”
Greta Garbo: “Carmen Amaya es el arte”
Fred Astaire: “Mucho que ver, mucho que admirar, pero mucho más que aprender”
Arturo Toscanini: “Nunca en mi vida he visto una bailarina con tanto fuego y ritmo y con una personalidad tan maravillosa”
Orson Welles: “Es la más artista de las bailarinas y la más genial de las artistas”
Orson Welles, el mismo día la contrata para el rodaje de su próxima película, le pagará, tres veces más por un baile que a la protagonista del film, Marlene Dietrich. A la conquista de Hollywood, los mejores directores del momento quieren incluirla en sus películas.
Gira con su compañía por los mejores escenarios estadounidenses, la guinda será llenar el Hollywood Bowl, de Los Angeles, dos noches seguidas, Frank Sinatra con una tenía bastante.
En América dejó, también, grabadas varias obras discográficas, mayoritariamente con la guitarra de Sabicas, en las cuales deja testimonio de que también fue, una gran cantaora.
En 1946 muere El Chino, su padre, en Buenos Aires. Carmen pierde a un padre, pero también pierde a esa persona que le transmitió todo lo que sabía y estuvo con ella desde el inicio de su carrera artística. Ya nada sería igual, la familia empieza a desmembrarse.
No volvió a Barcelona hasta 1947, y la reconquista, así como al resto del país, Europa y el mundo. Se rodeó de reyes y maleantes, artistas, de todos los ámbitos, de su familia, que siempre estuvo a su lado, siempre con una autenticidad natural, que nunca perdió. Defensora a ultranza de su pan con tomate, de su Barcelona, que siempre llevo como bandera. Aportó un grano muy grande en la historia de la Rumba catalana, por todos los países latinos que paso, adopto los temas que le gustaban en clave de rumba, como ha dejado testimonios grabados. No se atrevió con la música sajona porque nunca quiso aprender inglés, aprendió a firmar en Cuba, para poder entrar a U.S.A., la vida se lo enseño todo. Fue la promotora de hacer los fines de fiesta de un espectáculo, por Rumba, lo que se puso de moda en la mayoría de espectáculos flamencos de la época.
Aquí tiene su fuente. Carmen Amaya estaba muy ilusionada con la fuente que le dedicaba Barcelona en su barrio natal del Somorrostro. Por eso, no dudó en 1959 en incumplir su contrato en París, pagar la multa pertinente, y trasladarse con toda su compañía a su ciudad para asistir a la inauguración.
Aquí se casó, en las Ramblas, con el guitarrista de su compañía, José Agüero, en la capilla de Santa Mónica, en 1952.
Y, aquí rodo su obra póstuma, la película: Los Tarantos, del director Rovira Beleta. En la película, tiene un papel sublime, demostró lo gitana que era, sus dotes de actriz carismática, dejando, para la posteridad escenas de cante y baile magistrales. La película se rodó en escenarios cotidianos de la ciudad, en 1962: el Somorrostro, el barrio chino, el Mercat del Born, Montjuic, Plaza España, Las Ramblas, rincones que Carmen conocía muy bien. Contó el reparto con artistas como El Chocolate, La Singla, Antonio Gades, Peret, Sara Lezana, El Chacho, Andres Batista, Pucherete y unos cuantos gitanos barceloneses, que participaron como extras o papeles secundarios.
Durante esos años, Carmen Amaya sigue una dieta suicida de cuatro paquetes de Marlboro acompañados de 14 cafés diarios. Cuando vuelve a Barcelona, para rodar los Tarantos, tras recorrer medio mundo, tiene los riñones destrozados. Todos los médicos le aconsejan reposo absoluto. La reina contesta:
“Si no bailo, me muero”.
Una grave insuficiencia renal le impedía eliminar las toxinas que acabarían por envenenar todo su organismo, pero el baile, a la vez que agotaba su cuerpo, le hacía eliminarlas a través del sudor. Cuando el baile la abandonase, quedaría en poder de la enfermedad.
Aún realizará una última actuación benéfica, casi espectral, el 24 de agosto, en Bagur. En otoño comienza a extenderse la noticia de su agonía, cientos de gitanos de medio mundo llegan en peregrinación y acampan alrededor de su masía para acompañarla en su último viaje.
Nunca llegó a ver la película montada, moría en 1963, a orillas de su mar, otra vez, el Mediterráneo, en el pueblo de Begur, un 19 de noviembre. El mundo Flamenco y su Barcelona la tienen presente.








